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El Arcabuz y el Espíritu Innovador de Japón
En 1543, dos arcabuces, unas armas de fuego antiguas, hicieron su primera aparición en la isla Tanegashima de Japón. La historia de la incorporación y adaptación de esta arma evidencia una característica fundamental del pueblo japonés: adoptar lo que observan, perfeccionarlo y, luego, producirlo por cuenta propia. Un legado que lleva ya medio milenio.
El arribo de los primeros arcabuces a Japón
En 1543, una embarcación mercantil portuguesa llegó a Tanegashima, situada en la prefectura de Kagoshima. A bordo, los portugueses llevaban consigo dos arcabuces. El joven señor feudal de la isla, Tokitaka Tanegashima, de tan solo 16 años, quedó maravillado con su potencia y desembolsó una suma colosal, similar a lo que serían 100 millones de yenes hoy en día, para adquirir ambas armas a cambio de plata. Pero, ¿por qué adquirió dos? Una la destinó para su uso y la otra para desmontarla y comprender su mecanismo. Desde el inicio, Tokitaka visualizó la posibilidad de replicarla. Encargó esta tarea al maestro herrero Yasaka Kinbei.
Tokitaka Tanegashima
Yasaka Kinbei
El reto de Kinbei, el herrero
Un giro inesperado
Los portugueses, esperando un negocio lucrativo, regresaron con una carga completa de arcabuces para comercializar. Sin embargo, no pudieron venderlos al precio anticipado. ¿El motivo? Japón ya estaba en plena producción de sus propios arcabuces, los cuales resultaron ser superiores a los importados. El avanzado método de forja japonés, empleado en la elaboración de katanas, posibilitó esta veloz manufactura. De hecho, en el siglo XVI, Japón ostentaba el récord global en cantidad de arcabuces.
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Al contemplar el arcabuz, Tokitaka no solo percibió un instrumento, sino también una ventana de oportunidad para innovar y crear. Esta pasión y espíritu vanguardista son, sin lugar a dudas, reflejo del alma japonesa en su constante búsqueda de perfección, su esencia manufacturera.