Historia del Cristianismo en Japón
El cristianismo, si bien es minoritario dentro de la población de Japón, ha ejercido una influencia significativa en la historia, la política, la economía y la cultura del país. Este artículo explora los quinientos años de interacciones entre el cristianismo y la nación del sol naciente, enfatizando su influencia y cómo los japoneses han entablado relación con esta creencia en un entorno donde el 70% se identifica como no religioso.
Primer Encuentro: La Introducción del Cristianismo
La travesía cristiana en Japón inició con la llegada del misionero jesuita Francisco Javier. Desembarcando en Kagoshima en 1549, su mensaje capturó la atención de Shimazu Takahisa, gobernante de la región, quien, fascinado por las doctrinas de Javier, concedió permiso para la difusión del cristianismo. La acogida japonesa propició que, durante los poco más de dos años de estancia de Javier, se fundaran las primeras comunidades cristianas en Hirado y Yamaguchi, estableciendo los cimientos de una compleja trama de intercambio cultural y espiritual. Cosme de Torres, compañero de Javier, emergió como una figura de liderazgo espiritual tras la marcha de Javier, ganando la estima y el respeto de la gente por su sencillez y deferencia hacia las tradiciones niponas.
San Francisco Javier (1506-1552)
Parque Javier (Ciudad de Kagoshima)
Monumento a Javier, Parque Javier
Crecimiento en la Era Sengoku
En la tumultuosa era Sengoku, caracterizada por conflictos internos y la fluctuante hegemonía feudal, el cristianismo halló terreno propicio para su expansión. Los misioneros jesuitas, con astucia, entrelazaron la evangelización con el intercambio comercial y la labor social. La atracción por el comercio europeo, sus innovaciones técnicas y mercancías insólitas, sumada a la esperanza y solidaridad que promovía la nueva doctrina, caló hondo en muchos daimios, que no solo recibieron a los evangelizadores sino que, en ocasiones, adoptaron su credo.
Oda Nobunaga, figura clave en la unificación de Japón, utilizó el cristianismo como medio para neutralizar la influencia política de los monjes budistas y promovió su práctica. Para 1582, se contabilizaron cerca de 150,000 cristianos en Japón, reflejo del veloz abrazo de la fe en una nación previamente aislada de la esfera occidental. No obstante, Toyotomi Hideyoshi, heredero de Nobunaga, vislumbró una amenaza en este crecimiento y en 1587 inició la restricción del cristianismo y del comercio con Europa.
La orden de Hideyoshi que prohíbe el cristianismo (1587)
Persecución en la Era Edo
Con el advenimiento del shogunato Tokugawa y el inicio de la era Edo, el cristianismo enfrentó una era de oscurantismo. La nueva administración vio en esta fe una potencial fuente de insurrección y desestabilización. En 1614, el shogunato Tokugawa intensificó la prohibición del cristianismo con un edicto que marcó el inicio de una represión sistemática, que incluyó la demolición de iglesias y la expulsión de misioneros. Las motivaciones de esta persecución eran multifacéticas, incluyendo el deseo de limitar el poder de los daimios y de evitar una invasión extranjera. A pesar de la represión, en algunas áreas, una cantidad significativa de cristianos japoneses continuaron practicando su fe en secreto, asumiendo enormes riesgos en caso de ser descubiertos.
Hacia la Libertad Religiosa en la Era Meiji y el Futuro
El gobierno de Meiji mantuvo inicialmente la proscripción, fomentando el sintoísmo como credo estatal y restituyendo el poder del Emperador. No obstante, la presión internacional y el afán por la modernización condujeron a la revocación del edicto antirreligioso en 1873 y a la afirmación de la libertad de culto con la Constitución de 1889. El cristianismo se propagó de nuevo, aunque enfrentó retos durante los conflictos con Rusia y en la Segunda Guerra Mundial. La auténtica libertad religiosa se afianzó con la constitución posbélica de 1947.
Cueva donde se escondieron los cristianos (Islas Goto)
El cristianismo ha vivido etapas de aceptación y proscripción en Japón. A pesar de una trayectoria jalonada por limitaciones severas, su presencia ha calado en la cotidianidad japonesa, impregnando desde la educación hasta las artes. Aunque la mayoría de los japoneses no se adhieren activamente a una religión, su vínculo con el cristianismo, al igual que con el sintoísmo y el budismo, se halla en una constante metamorfosis.